-Asómese- insistió el literero.
No hacía mucho que en la literería se vivían tiempos desconcertantes. El literero y el literato (este último de mayor rango), carecían últimamente de la sensibilidad especial con la que habían sabido llevar antaño el negocio de las literaturas.
La literatura es una cama con doble mueble o litera con capacidad de turar, es decir, durar mucho tiempo.
-Asómese- volvió a insistir.
Habían fabricado más de mil literaturas de todas las formas y texturas, literaturas para niños adictos a la cafeína, literaturas para abuelos expertos en el dominó medicinal…
-Asómese y verá.
Ya era la tercera vez que el literero repetía la palabra y la tercera que ansiaba la temida observación del inspector de literaturas. Éste manifestaba su desagrado al detectar que ya no fabricaban literaturas con madera del literal, el árbol que crecía en la zona.
- Ya sabía que no iban a ser de su agrado- dijo finalmente el literero.
No eran buenos tiempos para las literaturas de buenas palabras.
Pan y agua.
Marina Hidalgo Jaén.
1 comentario:
Hay una curiosa obra surrealista de Ernesto Giménez Caballero que se titula Yo, inspector de alcantarillas. A lo mejor mi biografía podría ser Yo, inspector de literaturas. Porque me reconozco con cierta vergüenza en ese glorioso cuerpo, que se pasa la vida viviseccionando literaturas, pesándolas, midiéndolas, haciéndoles radiografías. Quizá me lo tengo ganado por preguntar tanto. Porque la literatura es vida. Porque se resiste a los pesos y medidas (el famoso eje cartesiano del bueno de Evans Pritchard, Doctor en Letras de El club de los poetas muertos)
Vivamos, pues. Leamos, pues. Aunque no sea una literatura de "buenas palabras". A lo mejor no son ésas las que nuestro mundo necesita.
A lo mejor.
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